PLAN FISCAL B: LO QUE ESTÁ EN JUEGO
Por José Luis Vega Carballo

Ahora, con el Plan B, esos poderosos sectores no se verán ni
levemente amenazados y de seguro le darán el apoyo al gobierno, el cual ha
fortalecido alianzas al interior de la Asamblea Legislativa (con el PASE y los
diputados evangélicos a la cabeza, seguidos de cerca por el PUSC) y por el lado
del sindicalismo gremialista (como el representado por la ANEP, la central
Rerum Novarum y algunas otras organizaciones magisteriales que le hacen el
juego también, como la ANDE y el SEC); todo ello a efecto de desarmar los
intentos de unificar la oposición parlamentaria (si es que así puede llamarse)
y para bajar las resistencias que pudieran provenir del flanco del movimiento
social, donde parece que se reactivará a corto plazo la “Coordinadora Nacional
de Lucha”, siguiendo el esquema utilizado durante la movilización popular
contra el TLC con EEUU. Una cosa que para nada puede agradar al gobierno, en
tanto en cuanto puede significar la aglutinación de algunas fuerzas en este
momento dispersas, para lanzarlas en contra del Plan B y de otras iniciativas
conexas como el proyecto de Ley de Empleo Público y varias otras medidas que
atentan contra los derechos y beneficios laborales de todos los trabajadores
del sector público, contenidas en el Plan B; especialmente en la “Ley para el
manejo eficiente de las finanzas públicas”, así como en varios decretos y
directrices relacionadas con el reposicionamiento de la Autoridad
Presupuestaria.
La razón por la cual Zapote tiene ahora mejores
probabilidades de lograr aprobación tanto parlamentaria como de las cámaras
patronales a su Plan B, es que ya no es un intento de reforma tributaria que
implique elevaciones significativas de algunos impuestos, como el de la renta o
al valor agregado de la producción de bienes y servicios (IVA), que eran parte
del Plan A y que venían a afectar directamente al gran capital. O bien, que lo
golpeaban indirectamente porque se traducían en bajas del ritmo y hasta de la
rentabilidad de los negocios privados en general, al elevar los precios y el costo
de vida, constreñir la demanda agregada, y obligar a las familias de medios y
bajos ingresos a reducir sus niveles de consumo.
Si tomamos las medidas apiladas que conforman el desarticulado
Plan B, lo más que recaudará adicionalmente el gobierno será un 0,86% del PIB
en el mejor de los casos frente a un déficit que ronda el 4-5%; cuando con el
Plan A esperaba en su mejor momento llegar hasta un 3%, aunque al final tuvo
que conformarse con un 1,5% o menos, luego de que los grupos de presión corporativos
pusieron sus maquinarias en marcha y colocaran en jaque a los acobardados diputados,
quienes cedieron y cedieron haciendo concesión tras concesión, como es lo
acostumbrado. Así que el componente tributario es mínimo en el Plan B y lo
importante está en entender que deja, por esa razón, de atacar el déficit
fiscal por el lado de los ingresos, y se va por otros lados, donde los
propósitos son otros.
En efecto, cuando se abandona en una consolidación fiscal el
camino de aumentar la recaudación de los impuestos, las vías alternativas
convencionales para enfrentar los problemas del déficit son: a) rebajar el
gasto, b) mejorar la eficiencia en la recolección de los impuestos existentes
(especialmente en renta y ventas donde los niveles de evasión fluctúan entre 40
y 60%) para evitar así la evasión y la elusión (o sea, el fraude fiscal, que es
uno de los deportes favoritos de nuestra clase empresarial y profesional), o c)
pidiendo prestado dentro o fuera del país, lo cual implica incrementar los
niveles de la deuda interna y/o externa.
Otra opción de la cual poco o nada se habla, es eliminar
exoneraciones y exenciones, el monto de las cuales sobrepasa el del déficit y
solucionaría el desequilibrio; pero esto implica tocar a los intocables del
sistema y cortar, aunque fuera parcialmente, uno de los tentáculos del vasto
sistema de la corrupción organizada y planificada que se nutre de las fuentes
del fraude fiscal, incluidas por supuesto esas concesiones o granjerías de las
que disfrutan anormalmente una gran cantidad de empresas y sectores de la clase
capitalista.
En el grupo de medidas incluidas en el Plan B se observa la
intención de reducir el gasto corriente. Pero, las dudas comienzan cuando se
observa que se dejan otros rubros intactos o por la libre (como los pagos por consultorías,
asesorías, contrataciones de muy diversa índole de donde se alimenta el
supra-sistema de la corrupción). Sin embargo, dada la cercanía del período o
ciclo electoral y el enorme interés del PLN -y de los Arias en particular- por
mantener al partido en el poder por un tercer período consecutivo, va a ser
difícil, si no imposible, mantener el gasto en bajos niveles. Las presiones
para elevarlo son desde ya muy poderosas; y se multiplicarán conforme avance el
proceso de la campaña del 2014, la cual se mueve adelantada todo lo posible por
los Arias. Son, pues, bajas las expectativas de contención o reducción del
gasto como para que éste no crezca por encima de la tasa de crecimiento del 4%
del PIB, porcentaje que el gobierno ha prometido sostener en los dos próximos
años.
Así las cosas, ¿qué es lo que principalmente pone en juego
el Plan B? La respuesta es fácil: el endeudamiento interno que ya se ha
disparado, aunque aún no a niveles inmanejables y, ante todo, el externo. En
efecto, sin mucho aspaviento es probable que el congreso le apruebe al gobierno
una ley autorizándolo a endeudarse hasta por un monto de $4.000 millones,
mediante emisiones de eurobonos que comenzarían en el segundo semestre con una
primera colocación de $500. Aunque se corre el riesgo de que no se usen los
fondos para cubrir inversiones o gastos productivos, sino gastos corrientes e
improductivos, al estilo comenzado por los Arias hacia el final de su administración;
algo que parece haberse entronizado y llegado para quedarse en las altas
esferas del gobierno.
Eso se llama “patear la bola hacia adelante”; pues el
problema del desequilibrio y de una reforma fiscal y tributaria en serio se le
pasa a las próximas generaciones y a las futuras administraciones; pudiendo entonces
el gobierno terminar su período con relativa tranquilidad y sin demasiadas
amenazas provenientes del exterior, como serían los castigos y restricciones
que, frente a ciertos graves desequilibrios y crisis fiscales, acostumbra imponer
el Fondo Monetario Internacional en combinación con la banca privada
internacional y las calificadores del riesgo-país (Fitch, Standard and Poor´s,
etc.), los llamados “mercados”. Los círculos gobernantes alejarían por la nueva
vía del Plan B el peligro de comenzar a recibir duras y desagradables visitas
de los “caballeros de negro”, que tanto han acosado a varios gobiernos de
Europa como Irlanda, Grecia, Portugal y ahora España, con Italia e Inglaterra
haciendo fila, imponiéndoles políticas de austeridad sacadas del baúl de
Merkel, la canciller de hierro alemana.
Así que la clase dominante y gobernante de este país ha
decidido curarse en salud y optar por una vía expedita – la del endeudamiento
interno/externo hasta no sobrepasar quizás el margen prudencial de un 60% del
PIB- para conjugar parcialmente la crisis de las finanzas del gobierno central,
ganar algo de tiempo, conectar algunos respiradores artificiales por ahí, y
dejar que las cosas discurran tal como andan, de mal en peor; pero –eso sí- evitando
que estalle una severa convulsión interna de vastas o impredecibles
consecuencias motivada por un mayor desorden en las finanzas públicas.
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