sábado, 15 de mayo de 2010

El gremialismo como modelo derechista

Columna “Pensamiento Crítico”

El gremialismo como modelo derechista de organización sindical

Por José Luis Vega Carballo

El movimiento sindical ha tenido problemas en cuanto a definir la naturaleza y alcances de sus luchas en nuestro país, fluctuando entre el gremialismo tradicional tolerado y hasta celebrado por las derechas, y el sindicalismo de movilización social e impacto político transformador preferido por las izquierdas. Aunque en nuestra realidad no tenemos en forma pura, ni aislada, a ninguna de esas dos formas de organización sindical, conviene para efectos de hacer un análisis inicial separarlas; y poder así caracterizarlas mejor, tanto en sus adentros como en sus relaciones con el medio. Nos interesa sobre todo perfilar la más conservadora y tradicional de las dos formas.

El gremialismo propone un modelo de organización sindical cuya misión se concentra en organizar los trabajadores en función de sus intereses inmediatos de tipo laboral y legal; es decir, alrededor de la gestión reivindicadora de derechos dentro del marco de las instituciones públicas y las empresas donde logra implantarse. Con ellas establece una simbiosis especial, esforzándose por aparecer como un actor cooperante y amigable, casi tan inofensivo como el cooperativismo, el solidarismo y el movimiento del desarrollo comunal; movimientos que se han desarrollado paralelamente al sindicalismo en nuestro medio nacional. Por ese camino, el gremialismo y su dirigencia llegan a formar parte de la tradición política del reformismo, cuyas luchas se transforman en solo ligeras presiones al interior del sistema institucional vigente. Allí, sus protagonistas se presentan como actores respetuosos del orden económico, social y político vigente; reorganizado ahora bajo un modelo de capitalismo periférico y dependiente de corte neoliberal, privatizante y globalizador, con un Estado al servicio del mercado y los grandes negocios privados transnacionales, lo que el Banco mundial llama el “Neo-institucionalismo”, o segunda generación de reformas salidas del Consenso de Washington.

De tal modo que el gremialismo deja atrás toda una tradición latinoamericana y hasta revolucionaria o anti-sistémica, donde las organizaciones gremiales tenían fuertes enfrentamientos con las oligarquías, el capital extranjero y sus Estados serviles, a los que disputaban el poder lo mismo que a los partidos políticos, a los cuales llegaban en muchas ocasiones a desplazar en su afán de controlar las masas populares urbanas y de ciertos enclaves agroindustriales y exportadores, como los bananeros. En este escenario conflictivo se utilizaban mucho la huelga general o sectorial, el paro, las marchas y otros tipos de movilización de las clases trabajadoras, como armas no solo sindicales sino además políticas, a fin de de ampliar la influencia de las clases desposeídas. Aunque no se planteaba la toma del poder, este sindicalismo aguerrido contribuyó a profundos cambios estructurales y de estilo de desarrollo en muchos países de la región desde los años de 1930.

Todo lo anterior explica por qué las dirigencias sindicales gremialistas, afectas a sostener la estabilidad y seguridad sistémicas, pueden sin mayor problema no solo respaldar sino trabajar dentro de esta forma de nuevo corporativismo que impulsa el Banco Mundial. Hasta pueden llegar ellas mismas, directa o indirectamente, a participar en los negocios que se mueven al interior del dúo Estado-Mercado, en especial los más grandes y jugosos que impulsan las corporaciones transnacionales, los inversionistas privados y los organismos internacionales tipo Banco Mundial, amparados por tratados de libre comercio (TLCs). Estaríamos aquí en presencia de una especie de “sindicalismo empresarial”, muy conformista, hermano del modelo tradeunionista estadounidense, bien descrito y justificado así por su famoso defensor John Lewis. Decía: “la `trade union´ forma parte integrante del sistema capitalista, es un fenómeno capitalista, de la misma manera que la sociedad anónima. Una agrupa a los trabajadores con vistas a una acción común en la producción y en la venta; la otra agrupa a los capitalistas con la misma finalidad.”

En razón de esas adhesiones tan pro-sistémicas, las dirigencias y líderes gremialistas son bien vistos, recibidos e incluso premiados por los gobiernos conservadores y neoliberales o pro status quo, que ven el gremialismo como un factor de poder muy flexible, razonable y dispuesto siempre al diálogo y la negociación; así como un actor sumamente dócil, interesado en portarse bien, es decir, en integrarse pragmáticamente al sistema político y de partidos. Por ello el gremialismo termina colaborando estrechamente con los gobiernos de turno y el bloque de poder hegemónico al punto de rechazar, y hasta de enfrentar furiosamente a, otros modelos de organización sindical y sociopolítico de las clases medias y trabajadoras, en los cuales los dirigentes por lo común están menos interesados en prestarle servicios de integración y conservación al régimen imperante.

No es de extrañar entonces que, cuando presiona, la dirigencia burocrática gremialista lo hace con mucho pragmatismo dentro del marco legal y burocrático que rige sus relaciones con el Estado, la empresa privada y las cámaras empresariales. Y esto tiene implicaciones importantes en cuanto a la naturaleza y proyección de sus luchas en el entorno. Pues la tendencia de la dirección sindical es a reducir sus acciones lo más posible al campo laboralista y al ámbito de los tribunales de justicia donde, a veces muy ingenuamente, espera que los jueces decidan imparcial y apolíticamente los casos de querella que se presentan, incluidos aquellos donde políticos y altos funcionarios públicos se hallan implicados en atropellos cometidos contra los agremiados. La tendencia es a reducir toda lucha que podría llevarse a cabo mejor en el plano político, social e ideológico a una pugna legalista en el marco judicial.

En estas situaciones, se evita lo más posible apelar a otros factores de poder y a otros actores más allá de las fronteras del sindicato y de la institución o empresa donde ha ocurrido un conflicto, por ejemplo, a bases sociales, clasistas y comunales más amplias, lo mismo que a organizaciones del movimiento social que podrían brindar apoyo y darle al choque un marco regional y nacional amplificado. Claro está, la excepción en el entorno serían los contactos con funcionarios del Ministerio de Trabajo (de quienes se esperan decisiones imparciales y ajustadas a la ley), con algunos diputados y partidos reformistas, y quizás con quienes ocupen la silla presidencial y sus alrededores, especialmente cuando los dirigentes son llamados desde allí a negociar y poner fin a alguna situación tensa o de conflicto que se haya salido un poco de las manos. Y hasta allí.

Aunque sea resaltando mucho los rasgos y tendencias del sindicalismo gremialista en las líneas anteriores, ello se ha hecho como un ejercicio para captar mejor su perfil y su modelo. Al final, ambos revelan la poca o ninguna inclinación de los gremialistas a mantener relaciones con otras fuerzas, organizaciones y movimientos sociales del medio nacional e internacional. Son, por eso, muy “ensimismados”, o internistas como dijimos antes; y susceptibles a dejarse, cooptar alegre y complacientemente mediante prebendas, sobornos, corruptelas y pequeñas concesiones que les ofrecen los altos círculos del poder público y privado (en particular la administración superior de las instituciones y las cámaras patronales), que ven con mucho agrado la manera veloz en que las dirigencias gremialistas aliadas corren a negociar sus de por sí escasas reivindicaciones y demandas. Generalmente van aisladas, sin establecer antes alianzas con otras fuerzas y sectores, y procediendo en todo con mucha premura, improvisación y poca meditación, aunque siempre ávidas de publicidad y aprobación por parte de la gran prensa y demás poderes mediáticos, ingrediente que necesitan para fortalecer su imagen de ser razonables, dialogantes y bien portadas ante los poderes establecidos.

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